Han pasado varios días ya del atentado en Barcelona, son
muchos los que me piden que exprese mi opinión al respecto.
Si no he escrito antes acerca del atentado no ha sido por
falta de tiempo, sino porque es muy complicado opinar siendo objetivo cuando
han muerto 15 personas y algunos de los heridos sufrirán secuelas de por vida
ante las heridas provocadas durante ese macabro atropello.
Cuando toca de cerca vivir o contemplar cómo un conductor
atropella a personas indiscriminadamente los sentimientos se mezclan,
impotencia, rabia, incredulidad y muchas pero muchas preguntas.
No se comprende cómo desde otro país se le recomienda a la
policía autonómica que vigilen al imán que gestó la tragedia de Barcelona y que
hayan pasado por alto la misma, no se comprende cómo se ignoraron las
advertencias de los servicios de inteligencia americanos.
Quedan muchas preguntas en el aire, entre ellas si no
existió realmente la posibilidad de que al menos uno de los terroristas
implicados quedara vivo en Cambrills, por ejemplo, sobre todo porque existen
puntos vitales del cuerpo que permiten abatir al individuo sin quitarle la
vida.
Tampoco se entiende que las familias de los jóvenes
terroristas no se percataran de los cambios de vida y actitud en sus hijos.
El atentado deja heridas abiertas y avenidas sin semáforos
para los que fomentan la islamofobia, las secuelas del mismo perdurarán en el
tiempo y han servido para darnos cuenta, una vez más la fragilidad del mundo en
el que vivimos.
La suerte de la explosión en el chalet de Alcanar menguó el
alcance del atentado, más bien lo minimizó, ya que de haber cumplido con el
objetivo real hoy estaríamos lamentando una verdadera masacre, con una cifra de
muertos impensable.
Pero el caso es que en el día a día en muchas localidades de
Cataluña se mira con desconfianza y hasta temor a cualquier persona con rasgos
árabes y en especial a los marroquíes.
Tengo la suerte de conocer y tener amistad con algunos que
otros marroquíes y también la suerte de que los mismos casi al instante de
conocerse el atentado condenaron públicamente el mismo, avergonzados y
consternados por tanta locura.
15 personas pagaron con su vida en nombre de un Dios que en
la fe que quienes atentaron ese día lo llaman Alá, ese día y en ese lugar bien
podían haber muerto musulmanes, o gente que profesa el islamismo, quien
conducía no se molestaba en eso sino en cobrarse el mayor número de víctimas.
Pero mi pregunta es algo dura para quien me lea: ¿por qué
sólo afecta cuando nos toca de cerca? ¿Qué pasa con los cientos de civiles que
mueren semanalmente en Siria, ante la pasividad del resto del mundo? Y es sólo un ejemplo.
¿Recuerda usted los miles de refugiados de esa guerra, que
en teoría deberían ser acogidos en el continente europeo? ¿qué ha sido de
ellos? ¿por qué ya no se habla de esa gente?
¿Qué pasa con los centenares o miles de personas que este año han
perdido la vida intentando llegar a Europa?
Usted dirá ¿y este a cuento de qué me pregunta esto? Lo hago para intentar que se dé cuenta qué
insensibles nos hemos vuelto, que nos dejamos embaucar por los medios de
comunicación y olvidamos rápido si no nos toca de cerca. Si la muerte está cercana o si toca a
nuestra gente nos preocupamos, pero, si pasa lejos a no ser cuando se celebra
un aniversario ni lo recordamos.
Hay gente que se horroriza y condena que se mate en nombre
de Alá, Dios o como quieran llamarlo según la religión.
A esa gente le recuerdo que aquí se torturaba en nombre de
Dios, que Latinoamérica no olvida que clérigos españoles, en nombre de la fe,
de Dios y la iglesia católica asesinó a millones de indígenas, podrán
argumentar que de eso hace más de 500 años, pero no podrán rebatir que lo
hicieron en nombre de un Dios y de una religión, pero, en este caso el
genocidio jamás fue condenado por país alguno, a pesar de que los asesinatos
superaron ampliamente a los provocados por Hitler en la segunda guerra mundial.
Por último, el atentado de Barcelona fue cruel, despiadado y
demencial, lloraremos las víctimas siempre, pero a mí me duele esa convivencia
rota del día a día, donde por obcecación y ceguera algunos pierden amigos o se
alejan de personas por el solo hecho de ser marroquíes o ser musulmanes de
religión.
Tan sólo espero que el tiempo los lleve a reflexionar que
los musulmanes son más de 1.500 millones de personas y si tan sólo un 1% se
volcara a provocar atentados en pocos días destruirían nuestra sociedad tal y
cual la conocemos.
A veces estos hechos los provocan, financian, forman y
alientan aquellos mismos que dicen combatir el terrorismo, ahí lo dejo, usted
intente averiguar qué país europeo encabeza la lista de vendedores de armas a
esta gente. Y luego de eso sí mire a
los marroquíes a la cara.
No defiendo a nadie, tan sólo le pido que se informe y
piense.
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